La lectura de la nueva encíclica de Juan Pablo II no aporta apenas ninguna novedad que no se encuentra ya explicitada en otros documentos del magisterio de la Iglesia. Se repite la doctrina tradicional sobre los temas propuestos, como lo confirman las referencias constantes de las citas a otras declaraciones anteriores. Sin embargo, esta repetición no elimina la conveniencia e, incluso, necesidad de esta intervención pontificia.
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