Hacía un calor tremendo en el Palm Beach. Calor ambiental y emocional. Una vez que todo el mundo se hubo sentado, el presentador felicitó a la delegación española, 522 personas exultantes por el recién proclamado triunfo de Contrapunto. Sin solución de continuidad, la orquesta del casino atacó con todo entusiasmo los compases del socorrismo “¡Viva España!” y la respuesta no se hizo esperar: una buena parte de la representación española se lanzó a bailar mientras los camareros servían la ensalada de marisco con que se abrió la cena de clausura del Festival. Al terminar el popular pasodoble, ovación cerrada. España acababa de ganar el Gran Premio del Festival por primera vez y todo el mundo, no se sabe por qué, parecía congratularse por ello.
Contrapunto y “Pippin” habían logrado el máximo galardón en un Festival plagado, como el de 1988, de perros y otras especies animales. Un Festival en el que abundó el humor entre las películas premiadas y en el que triunfaron las ideas sencillas y potentes, apoyadas unas veces en la ternura y otras en las demostraciones simples y gráficas. Un festival en el que España mantuvo el tercer puesto logrado en 1988 y del que casi todo el mundo decía que había mostrado un nivel de calidad inferior al de ediciones anteriores.
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