En 1716 el rey Federico Guillermo I de Prusia le regaló al zar, Pedro el Grande, una magnífica habitación hecha con 400 kilos de ámbar, un material muy apreciado por su atractivo cromatismo, pero también por las propiedades mágicas con las que se le relacionaba. El salón de ámbar, como se le empezó a conocer a partir de entonces, se convirtió en uno de los símbolos más preciados de la monarquía rusa, pero también en un espectacular tesoro disputado por muchos.
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