Una indagación acerca de la representación del demonio en el Perú del XIX parece un contrasentido. ¿Es que acaso el pensamiento ilustrado y la soberanía de la razón no lograron diluir en la espesura del espacio colonial la presencia de este personaje tan útil y socorrido por la Iglesia evangelizadora y extirpadora, hija de la Contrarreforma? En el nivel de la representación plástica y en el arte en general se puede afirmar que sí y no al mismo tiempo. Sí, porque si hacernos una revisión de la plástica republicana —en donde el neoclásico y el academicismo se imponen la figura luciferina brilla por su ausencia. No, puesto que un breve recorrido por el arte popular— llámese imaginería, máscaras, retablos, tablas o telas- muestra que en este nivel se ha conservado el interés por la representación demoníaca, y ni qué decir de la danza y en general de las fiestas en el universo andino.
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