Príncipe de la ambigüedad, de la inocencia y la perversidad, de la sospecha. Un maldito que oraba ante sus musas en flor. El eremita que pintaba nínfulas y gatos indolentes en habitaciones encantadas congrega a multitudes a las puertas del Thyssen. Mientras su lángida Thérèse, gélida y febril Bella Durmiente, sueña, los fantasmas de Villa Diodati emergen del lienzo. Entre lo visible y lo invisible, una epifanía secreta dentro de un aparente Teatro de la Crueldad.
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