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Resumen de Advertencias desde Versalles

Margaret MacMillan

  • Los errores de 1919 siguen cerniéndose sobre nosotros como una lúgubre advertencia: hacer la paz es más difícil que hacer la guerra.

    A menudo recordamos la Primera Guerra Mundial y las dos décadas siguientes como un capítulo sombrío de la historia, el preludio de una guerra aún más costosa y destructiva, que se libraría entre 1939 y 1945. Recordemos las terribles pérdidas: más de nueve millones de muertos en combate e innumerables civiles que perecieron por inanición o por enfermedades tratables, como la epidemia de gripe que, en los últimos días de la guerra y los primeros y frágiles momentos de paz, mató quizá a 50 millones de personas en todo el mundo. Pensemos en una Europa, antaño líder en riqueza, innovación y poder político, emergiendo de la guerra temblorosa, en ruinas los imperios ruso y austrohúngaro, y amenazando con más agitación y más miseria tanto el bolchevismo como los nacionalismos étnicos.

    Cuando los aliados se reunieron en la Conferencia de Paz de París, celebrada en Versalles hace 100 años –de enero a junio de 1919– vivieron un momento de esperanza. Los líderes de las potencias aliadas prometieron a sus naciones un mundo mejor en compensación por todo aquel sufrimiento, y el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, hizo de esa promesa una cruzada por la humanidad: la lucha por acabar con todas las guerras, la búsqueda de un mundo seguro para la democracia. Su Sociedad de Naciones quería ser una comunidad internacional de democracias que aportase seguridad, terminara con las agresiones y permitiese construir un mundo más justo y próspero. Estas ideas recibieron el respaldo de todos los países del mundo, desde el continente europeo, donde Wilson fue saludado como un salvador, hasta las colonias de Occidente, pasando por China, que atravesaba entonces importantes dificultades.

    La comunidad internacional, sin embargo, no tardaría en descubrir que sostener la paz no es solo cuestión de esperanzas e ideas, sino de voluntad, determinación y perseverancia. Los líderes políticos han de negociar y también motivar; deben ser capaces de ver más allá de los beneficios políticos a corto plazo, y equilibrar los intereses de sus países con los de la comunidad internacional. A falta, entre otras cosas, de un liderazgo tal, la promesa de 1918 no tardó en dar paso a la desilusión, las divisiones y la agresividad que caracterizaron la década de 1930.

    Este resultado no quedó prefigurado en Versalles. Aunque algunas de las decisiones tomadas al terminar el conflicto alimentaron en 1919 la demagogia populista e instigaron sueños de venganza, la calamidad de la Segunda Guerra Mundial se debió en gran medida al fracaso de los líderes democráticos para lidiar con dictadores que rompieron lo pactado, como Mussolini, Hitler o el régimen militarista japonés, durante los 20 años que separaron una guerra de otra. Un siglo después, han aparecido vectores similares –un nacionalismo étnico resentido, la erosión de las reglas y cooperación internacionales– y los líderes autoritarios que los controlan se muestran dispuestos a hacer uso de ellos. El pasado es un maestro imperfecto y los mensajes que nos hace llegar son a menudo crípticos o ambiguos. No debemos, sin embargo, dejar de buscar en ellos orientación y advertencia…


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