La dimensión social europea ha adquirido, al menos en el plano teórico político de los últimos tres años, una cierta autosuficiencia que parece alejarla de aquel escenario inmediato a la implosión de la crisis de la eurozona donde las declaraciones y propuestas para la vialidad del proyecto se circunscribían, sin ambages, a la supervivencia de la gobernanza económica europea. Empero, esta renaissance de la integración social en el discurso oficial no ha sido fruto de una variable estocástica, sino de una doble conjunción de factores: inicialmente, un guiño a las reiteradas demandas del Reino Unido de limitar las ayudas sociales a ciudadanía europea económicamente inactiva, con la finalidad de neutralizar, entonces, un hipotético triunfo del Brexit. En un momento posterior, para paliar los déficits democráticos de la Unión durante la gestión de la crisis cuyos efectos sociales en los Estados miembros han sido correlativos al peligroso incremento exponencial en los parlamentos nacionales de fuerzas políticas eurófobas. Unos enfoques tácticos, pragmáticos y programáticos presentes en los programas de trabajo de la Comisión Europea de 2016, 2017 y 2018, en los que la integración positiva continúa anclada a propuestas donde lo social es viable en los fines, pero no en los medios.
The European social dimension has acquired, at least on the theoretical political plane of the last four years, a certain self-sufficiency that seems to move it away from that immediate scenario to the implosion of the Eurozone crisis where the declarations and proposals for the project’s viability circumscribed, without ambiguity, to the survival of European economic governance. However, this renaissance of social integration in the official discourse has not been the result of a stochastic variable, but of a double conjunction of factors: initially, a nod to the repeated demands of the United Kingdom to limit social aid to economically inactive European citizenship, with the aim of neutralizing, then, a hypothetical triumph of Brexit. At a later stage, to alleviate the Union’s deficits during crisis management, the social effects of which in the Member States have been correlated with the dangerous exponential increase in national parliaments of Europhobic political forces. A tactical, pragmatic and programmatic approaches present in the European Commission’s work programmes of 2016, 2017 and 2018, in which positive integration continues to be anchored in proposals where the social is viable in the ends, but not in the means.
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