Desde siempre, la intensidad dramática de algunos casos criminales desafía la serenidad de la Justicia. Esta tensión propia del proceso penal se incrementa con la deificación contemporánea de las víctimas. El tribunal ya no debe solamente sancionar a un culpable, sino que, además, debe remediar el sufrimiento. De esta manera, la víctima se convierte en fiscal y las penas se endurecen automáticamente.
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