Es un acontecimiento que los dirigentes de las instituciones europeas celebrarán con sentimientos encontrados: el cuadragésimo aniversario de las primeras elecciones al Parlamento Europeo (PE) por sufragio universal directo (1). Por una parte, les complacerá recordar lo que consideran un gran logro democrático. Por otra, estarán preocupados por la conmoción que, sin duda, supondrá el desembarco –previsto por los sondeos– de un gran número de eurodiputados de extrema derecha, nacionalistas e incluso fascistas. Recordemos que, además, se dará otra situación inédita: estas mismas fuerzas estarán también representadas en la Comisión Europea.
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