El Gobierno francés, desbordado por un movimiento social inédito, se ha embarcado en una espiral legislativa a riesgo de obstaculizar la libertad de manifestación. Mantiene un cínico vínculo con la violencia: ordena a todo el mundo que la condene, salvo cuando él es su responsable. A falta de una salida política, se arriesga a deteriorar la situación y ha iniciado una represión sin precedentes desde los años 1960.
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