El abordaje de la familia desde la perspectiva del psicoanálisis no se orienta a una intervención de carácter grupal, sino que tiene como centro de atención las demandas de cada uno de los integrantes del colectivo familiar. En un proceso de análisis no se escucha al grupo familiar, sino las fantasías del padre, la madre y el niño. Este último en particular merece una atención especial en el dispositivo analítico, ya que su demanda en la experiencia clínica, obedece al axioma lacaniano, según el cual, “el síntoma del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar”. En el inicio de dicha experiencia clínica con el niño, por lo general, la demanda siempre procede de un Otro de la familia, en particular la madre. Pero a diferencia de Klein, o de Winnicott, Lacan fue muy contundente al señalar que la experiencia de un análisis con niños no se debía de reducir por la vía del maternaje. Su propuesta en este sentido es revolucionaria, ya que propone una vía de intervención con el niño a través del vínculo de la “sexualidad femenina y sus relaciones con el objeto niño”. En esta práctica clínica no se trata entonces de reducir el análisis a un proceso meramente pedagógico; de lo que se trata es de reconocer que él niño, en tanto sujeto, también está implicado con su síntoma al Otro. El proceso de análisis se orienta no sólo para abordar el síntoma que él representa para la pareja de los padres, sino del síntoma que él inventa para dar cuenta de una experiencia singular, esto es, una experiencia de goce singular con los objetos más cercanos. Por ello, el síntoma del niño se estructura, así como una metáfora familiar.
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