La Unión Europea vive una crisis existencial. Se imponen dos observaciones ante la desintegración de las comunidades políticas multinacionales: la imprevisibilidad y la rapidez del proceso de desintegración en comparación con la lentitud de su formación. A pesar de las marcadas diferencias, esta es una lección inmediata en la Historia para la Unión Europea. Estamos frente al primer caso donde los efectos de la “macro crisis” afectan directamente a las poblaciones, a la mayoría de los ciudadanos, que sufren en sus cuerpos y mentes. Además, la Unión y sus pueblos han estado expuestos a una serie de amenazas y desafíos, tanto internos como externos. Ya sea en la zona euro, los flujos migratorios, el empobrecimiento en lugar de la prosperidad, el terrorismo, la seguridad o la defensa, todas estas áreas interactivas requieren, en diferentes niveles, el recurso a poderes soberanos.
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