Sobre dos ideas fundamentales vertebrará la obra. La primera de ellas, sostendrá que todas las identidades nacionales modernas derivan ineludiblemente de una construcción histórica. Aún, cuando pervivan historiadores más o menos ortodoxos, radicalizados hacia un nacionalismo ineluctable, existe un consenso generalizado que las naciones son una “invención moderna” de carácter funcional que surgieron como respuesta, a aquel cambio estructural, a la transición del Antiguo Régimen Feudal, hacia un Nuevo Orden, regido por la burguesía ilustrada que tenía las pretensiones de instaurar nuevas prácticas diferenciales, que fueran inherentes al contexto dinámico que transcurría.
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