Déjenme decirles que el Caribe insular no existe. O, por lo menos, resulta imposible contener su inabarcable riqueza en un solo ejemplo, un único concepto, una simple referencia. Quien trate de abordar en términos periodísticos la compleja urdimbre social, económica y política que configura su heterogéneo espacio, descubrirá un irregular edificio de apartamentos en donde los vecinos apenas saben unos de otros -más allá de la aceptación de su vaga existencia paralela-, en lo que podría definirse como un “escenario de vecinal desconexión”
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