La educación contribuye a elevar la calidad de vida de las personas de múltiples y muy diversas formas, más allá del bien conocido efecto sobre los ingresos individuales. La evidencia empírica disponible sugiere que la educación fomenta el bienestar individual a través sus impactos sobre el estado de salud, el control de la fecundidad, el desarrollo cognitivo de los hijos, las decisiones ocupacionales y las pautas de consumo y ahorro. Desde una perspectiva colectiva, la inversión educativa favorece, bajo ciertas condiciones, la adopción y difusión de tecnología, impulsa la reducción de las desigualdades en la distribución de la renta y la riqueza, e incrementa la cohesión social, promoviendo el desarrollo de sociedades más prósperas, democráticas y justas. El estudio de los efectos no monetarios de la inversión educativa es relevante para la determinación del valor económico de la educación, y debe ser tenido en cuenta tanto para el análisis racional de las decisiones individuales sobre educación como para el diseño y aplicación de políticas educativas
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