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Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de morbimortalidad en el mundo occidental. Entre los principales factores de riesgo de estas enfermedades están las hiperlipemias, entre ellas la hipercolesterolemia y la dislipemia aterogénica. Los tratamientos habituales de la hipercolesterolemia incluyen los inhibidores de la HMG-CoA reductasa (estatinas), los inhibidores de la NPC1L1 (ezetimiba), los fitosteroles, la menacolina K, los secuestradores de las sales biliares y los inhibidores de la PCSK9. Los fármacos hipolipemiantes en desarrollo son los inhibidores de la proteína transportadora del colesterol esterificado (CETP), los oligonucleótidos antisentido y los inhibidores de la proteína microsomal de transferencia de triglicéridos. La relación entre hiperlipemia y ateroesclerosis está bien documentada. Un fenómeno clave en la evolución de la ateroesclerosis coronaria es el remodelado positivo, descrito por Glagov hace más de 3 décadas, que consiste en el incremento del diámetro de la arteria a medida que progresa la placa de ateroma y aumenta su volumen, de modo que se atenúa la reducción de la luz vascular que tendría lugar como consecuencia del crecimiento de la placa de ateroma. Así, solo en fases muy finales, cuando el aumento del diámetro del vaso no es capaz de compensar el crecimiento de la placa de ateroma, tendrían lugar la reducción del flujo coronario y las consecuencias clínicas de esta. En este artículo se revisan los mecanismos de acción de los fármacos hipolipemiantes y la implicación de controlar las concentraciones lipídicas en la regresión de la placa ateroesclerótica.
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