“Una miserable legua... me mataron en vida al arrancarme del corazón lo que más quiero: ¡mi libertad!”, se podía quejar Quintana —“el antipoeta maldito”, que le endilgó Umbral—, exiliado, a su buen amigo Juan Donoso Cortés, que le escucha atento, como niño alucinado, en esa mutua y desnivelada amistad, por la edad (Manuel tenía 51 años y Juan sólo 14, cuando se conocieron en Cabeza del Buey en 1823), pero, pareja en la ilusión ilustrada y en el amor a la libertad. Es un canto a la amistad de dos pensadores nobles, dispares, pero libres y útiles: “Donoso es hijo de mis oraciones... y mis amigos verán que no fui indigno de su cariño”, escribió el patriarca de la literatura española.
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