Antes de que la costura fuera Alta, y los modelos de trajes y vestidos estandarizados invadieran el mercado, algunos hombres y muchas mujeres, encontraron en nuestros pueblos entre telas y agujas, un medio de subsistencia, e incluso, una forma cómoda y casi distinguida, de ganarse la vida, ya que para las que no deseaban servir en las casas de los pocos ricos de entonces, la costura alivió una precaria situación económica, e incluso, les proporcionó cierto reconocimiento profesional y social, en un mundo laboral femenino inexistente, cuando aún los patrones y cremalleras, era algo impensable e innecesario.
Alrededor de esta abundante actividad artesana, florecieron otros negocios que abastecían a sastras y modistas de los materiales que ellas precisaban: paños, forros, hilos, botones… para cuyos menesteres habían habilitado muestrarios que recorrían a diario, domicilios particulares y talleres, contabilizándose en Santa Amalia, un número considerable de comercios de tejidos y retales, así como droguerías y mercerías, donde dueños, oficiales y aprendices, convivían y dependían, de pespunte, tijeras e hilvanes.
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