Han pasado treinta años desde que Montse Watkins llegó a Japón. Con el brillo de la emoción en sus ojos, la curiosidad y el entusiasmo por la cultura tradicional japonesa, de la que tanto había leído y de la que tanto deseaba aprender, se enfrascó en el estudio intenso del japonés, que tantas satisfacciones le proporcionaría.Unos años después, Montse había hecho suya la cultura japonesa, vestía el tradicional samue y las geta con los que se paseaba por la histórica ciudad de Kamakura donde vivía en una casa tradicional de madera muy semejante a los hogares de los escritores clásicos cuyas obras se dedicó a traducir del japonés.
© 2001-2024 Fundación Dialnet · Todos los derechos reservados