Durante la modernidad, el discurso sobre la pena ha girado circularmente en torno a tres grupos de interrogantes. El primero, surgido de la propia Ilustración, preguntaba: ¿En qué basa el soberano su derecho de penar? Nietzsche con mayor determinación, pero también otros, argumentaron que la propia pregunta implicaba ya su respuesta. Con el nacimiento de las ciencias sociales, este escepticismo hizo surgir un segundo conjunto de interrogantes: ¿Cuál es, entonces, la verdadera función de la pena? ¿Qué es lo que hacemos cuando penamos? Una serie de críticas ulteriores -de metanarrativas, funcionalistas o de objetividad científica- debilitaron esta segunda línea de indagación, y contribuyeron a dar forma a un tercer conjunto de interrogantes: ¿Qué nos cuenta la pena de nosotros mismos y de nuestra cultura? ¿Qué está sucediendo que nos permita ver lo que se halla tras el giro cultural? ¿Qué interrogantes podemos -nosotros, hijos del siglo XXI- formular en relación con nuestras prácticas e instituciones punitivas?Este ensayo argumenta que debemos abandonar el desorientado proyecto de la modernidad, reconocer de una vez y definitivamente los límites de la razón, y orientarnos hacia la aleatoriedad y el azar. En todos los textos modernos llegó siempre un momentoen el que los hechos empíricos se agotaron y las deducciones de principio alcanzaron su límite -o ambas situaciones a la vez- y el razonamiento simplemente continuó. Más que continuar asumiendo estas profesiones de fe, el presente ensayo argumenta que debemos reconocer los límites críticos de la razón y, cada vez que los alcancemos, confiar en la aleatoriedad. Donde los hechos se agotan, donde nuestros principios ya no nos guían, debemos dejar la toma de decisión al lanzamiento de moneda, a los dados, a la lotería -en suma, al azar. Este ensayo comienza a explorar lo que ello pueda significar en el ámbito del delito y de la pena.
Since the modern era, the discourse of punishment has cycled through three sets of questions. The first, born of the Enlightenment itself, asked: On what ground does the sovereign have the right to punish? Nietzsche most forcefully, but others as well, argued that the question itself begged its own answer. With the birth of the social sciences, this skepticism gave rise to a second set of questions: What then is the true function of punishment? What is it that we do when we punish? A series of further critiques –of meta-narratives, of functionalism, of scientific objectivity– softened this second line of inquiry and helped shape a third set of questions: What does punishment tell us about ourselves and our culture? What happens now that we have seen what lies around the cultural bend? What question shall we –children of the 21st century– pose of our punishment practices and institutions? This essay argues that we should abandon the misguided project of modernity, recognize once and for all the limits of reason, and turn instead to randomization and chance. In all the modern texts, there always came this moment when the empirical facts ran out or the deductions of principle reached their limit –or both– and yet the reasoning continued. Rather than continue to take these leaps of faith, this essay argues that we should recognize the critical limits of reason and, whenever we reach them, rely instead on randomization. Where our facts run out, where our principles no longer guide us, we should leave the decision –making to the coin toss, the roll of the dice, the lottery draw– in sum, to chanc e. This essay begins to explore what that would mean in the field of crime and punishment.
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