Hasta hace relativamente poco, se tendía a englobar la picaresca femenina dentro de la picaresca en general, relegando a la pícara a un segundo lugar respecto a los pícaros, donde Lazarillo, Guzmán y Pablos eran los modelos indiscutibles. Afortunadamente, las pícaras tienen ahora, gracias al esfuerzo de críticos literarios valientes que no se dejaron llevar por el puritanismo tradicional, su propio sitio en la historia de la literatura, y ejemplos como Lozana, Justina, Elena y la madre Andrea no se les quedan atrás a los pícaros, sino que contribuyen a completar, con sus particularidades, el submundo urbano de los siglos XVI y XVII. Este artículo pasa revista al papel de la mujer en la novela picaresca a través de sus principales ejemplos. Como para ser pícara creíble el autor coloca a la mujer “fuera de lugar” y dentro del submundo del XVI y XVII, hacemos asimismo un recorrido por el mundo de la prostitución. Después de desentrañar el discurso prostibulario, el lector se dará cuenta que la picaresca femenina forma parte de este mismo discurso que tiene como objetivo acabar con el desorden y el desconcierto que la pícara provoca. Y todo ello sin rechazar al entretenimiento voyerista y sensual que la literatura picaresca ofrece al lector masculino, al que en última instancia va dirigida.
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