El periodo histórico que abarcó aproximadamente las últimas décadas del quinientos y las primeras del seiscientos, el tiempo del Guzmán de Alfarache y de Rinconete y Cortadillo, estuvo condicionado por los síntomas de la adversa coyuntura económica y la incipiente recesión. Las clases populares sufrieron un proceso de empobrecimiento que afectó a buena parte de sus componentes, generando un incremento del pauperismo y el desempleo que llevaron a mucha gente a tener que mendigar, a delinquir o a vivir de la caridad para subsistir. La metrópoli hispalense se convirtió en refugio de inmigrantes, desocupados, delincuentes y pedigüeños. La insalubridad, la precariedad de vida, la pobreza y la necesidad, caldo de cultivo de la picaresca, se mostraron a la vista de todos de manera palpable. La vida cotidiana transcurría en un entorno dominado por la estrechez y la falta de higiene. Las viviendas, las calles, los caminos, el recinto entero de la capital presentaba un estado de habitabilidad lamentable, pues eran muchos los elementos malsanos que actuaban. Alcantarillado inadecuado. Pavimentación deteriorada que producía abundante polvo cuando el tiempo era seco y enorme barrizal cada vez que llovía. Pozos negros que sin limpieza adecuada ni vigilancia sanitaria contaminaban el subsuelo y se rebosaban casi de continuo. Aguas estancadas y corrompidas en charcos y lagunas que tanto proliferaban. Completan este artículo un mapa de la Sevilla del 1600, con indicaciones de los principales focos de conflicto y delincuencia, un plano de la cárcel Real de Sevilla, y una magnífica ilustración a doble página de José Luis García Morán que reconstruye una escena en el puerto fluvial de la ciudad andaluza, un ambiente insalubre y repleto de pícaros y gente de mala vida.
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