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Resumen de Sospechosos habituales. Los pícaros en la calle y la literatura

Rosa Navarro Durán

  • El personaje del pícaro literario aparece en 1599, creado por Mateo Alemán, y durante casi cincuenta años otros fueron siguiendo su camino. Es tal la riqueza del género, que hemos asumido que la picaresca es un rasgo de este país, en donde hay tantos pícaros como en todas partes. España es, en efecto, la cuna de la picaresca, pero no en el sentido real del término, sino literario. Sin embargo, no carecemos de testimonios contemporáneos a la creación del género que opinen que el campo estaba abonado para que surgiera. No hay más que leer lo que dice Antonio Liñán y Verdugo, en la Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte (1620), hablando de los ociosos, es decir, de “una manera de gente necesitada, viva de ingenio y pobre de bolsa, que de día comen a vista de quien pueden y de noche estudian más de lo que saben ni alcanzan”, porque tras afirmar que en todas partes abundan y causan daño, “con todo eso en ninguna tierra ni patria se ve tanta diferencia de estos zánganos como en España, por ser nuestros naturales españoles poco inclinados a las artes y oficios mecánicos y a todo aquello que es trabajo y requiere flema y sufrimiento”. Se incluye junto a este artículo un mapa de la Europa occidental reconstruyendo el recorrido de los principales pícaros de la literatura del Siglo de Oro, y una ilustración de Román García Mora con la representación de algunos personajes típicos del género (y de las callejuelas urbanas de la época): la prostituta con su alcahueta, el ladrón cortabolsas, el tahúr y el falso mendigo.


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