Azul desde el balcón de la luna, gris desde cualquier agobiante acera de una ciudad cualquiera, y verde -cada vez más verde- desde las idílicas azoteas de la publicidad. Nuestro planeta lleva siglos haciendo oposiciones para convertirse en una montaña de detritus. Sin embargo, después de centurias acumulando porquería, ahora sólo han hecho falta unos meses para comprobar que nunca fue más verdad aquello de que el dinero tiene el mismo ecológico color que el campo en primavera. Cosméticos, detergentes y lavadoras se apresuran a emitir una declaración de inocencia ante esos ciudadanos que han sustituido el amor a lo light por el fervor hacia todo lo que huela a intento de no seguir ensuciando la casa común de los terrícolas. Estrenamos la década verde. A las empresas españolas les va a costar más de un billón de pesetas adecuar su infraestructura al culto de la diosa Ecología. Aquí, firmas como BMW o Tudor ya han echado mano de la publicidad para que la pasión por adecentar nuestro mundo les ayude a alimentar sus ventas; en esta devastada península, hasta los peleteros se visten de honrados feligreses de la nueva religión.
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