En la sociedad actual -llamada del conocimiento- se exige que desde la escuela se faciliten a los alumnos conocimientos que les permitan adaptarse a los continuos cambios en las formas de vida derivadas de los progresos de las ciencias y la técnica. Y, en consecuencia, se espera que los profesores ofrezcan respuestas educativas adecuadas a los ritmos de comprensión de cada alumno -singularidad-, a la vez que a éstos integrados en su grupo de clase -diversidad-.
Pero resulta que el significado comúnmente utilizado del término diversidad es impreciso y se desvía desde lo meramente escolar hacia otros ámbitos que aunque no menos importantes dificultan poder abordarlo desde la concreción que los problemas derivados de la diversidad plantea en las aulas.
De este modo, lo que interesa desde la eficacia del sistema educativo, es poner en sintonía lo singular y la diversidad como única forma de hacer posible la enseñanza y el aprendizaje; para ello hay que buscar en las actividades educativas aquello que sea constante y, por tanto, común a todos los alumnos: el ejercicio de la razón y el desarrollo del conocimiento
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