Desde que la televisión se convirtió en el medio de comunicación preferido para informarse y entretenerse, la audiencia instituyó procesos de ritualización en torno a su visionado; actividad indispensable entendida como parte del tiempo de ocio que comporta nuevos hábitos de consumo y la consecuente relación televisor-familia.
Ceremonia integradora que activa la identificación del espectador con los contenidos a la vez que refleja el contexto sociocultural de la época.
Es a finales de los años sesenta y principios de los setenta cuando se consolida esta disposición denominada por Umberto Eco como paleotelevisión a la vez que se establecen las raíces para lo que, posteriormente, calificaría como neotelevisión en relación a la notabilidad de nuevos formatos televisivos de entretenimiento y su determinación en el espectador. El tardofranquismo, fase final y decadente del sistema político totalitario, estipula una nueva naturaleza del régimen basada en cierto aperturismo (con respecto a décadas anteriores) donde la pequeña pantalla asume un protagonismo socializador relevante.
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