De repente, nos acostumbramos a ser campeones. Los éxitos de nuestros deportistas han dejado de ser algo milagroso, producto del esfuerzo solitario de un quijote. Ahora son triunfos planificados, basados en el trabajo riguroso y constante. El germen de este salto cualitativo hay que buscarlo en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Su impulso lanzó al deporte español a la madurez.
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