Son las cinco de la tarde del lunes. Salgo de mi clase; a la que llegué puntualmente. Salgo satisfecha; porque cubrí todo el programa; trabajé con empeño; realicé todas las tareas previstas en el manual y terminé a tiempo. Ahora puedo olvidarme de la clase hasta mañana. Y mañana es otro día. ¿Para qué preocuparme de la siguiente clase? El inconveniente es que mi cabeza no es tan dócil como mi computadora. Mi computadora la apago; desvanece la pantalla y me deja tranquila. Mi mente; en cambio; me sigue insistiendo; apela a mi conciencia: “¿De veras estás tan segura de haber cumplido ya con tu compromiso de profesora?”...
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