Factores demográficos, económicos y financieros ponen en jaque uno de los pilares del Estado de bienestar: el sistema de pensiones. De su ajuste dependen fundamentos macroeconómicos clave y la estabilidad social.
Los sistemas de pensiones vieron la luz a finales del siglo XIX y se generalizaron solo en la primera mitad del siglo XX. Hoy, un siglo después y luego de grandes cambios en la estructura económica y la dinámica de la población, con aumentos generalizados en la esperanza de vida, se hace indispensable revaluarlos si se desea que sigan siendo parte de la infraestructura institucional que da cohesión a nuestras sociedades.
De acuerdo con las estimaciones de Naciones Unidas (ONU), la esperanza de vida mundial al nacer ha venido creciendo de manera sostenida en las últimas décadas. En 1950, se situaba en 47 años, en tanto que en 2015 ya alcanzaba casi los 71 años. Conforme a estas estimaciones, la tendencia a una mayor longevidad se mantendrá en las próximas décadas. La esperanza de vida promedio estimada puede alcanzar los 90 años a finales de siglo en las regiones más desarrolladas y 82 años en las de menor desarrollo relativo.
Los avances en la prevención y el tratamiento de enfermedades, así como la mejora de las condiciones higiénicas en la atención a los nacimientos, las intervenciones quirúrgicas, en el acceso y en la conservación de los alimentos, la gestión del agua y la propia vida cotidiana de las personas contribuyen a este proceso. Más aún, existen en la actualidad investigaciones que podrían derivar en cambios disruptivos que lleven la edad de fallecimiento más allá de los límites concebibles hoy. Este es un escenario que no solo no puede descartarse, sino que paulatinamente va ganando probabilidad.
Por su parte, el comportamiento de la tasa de fertilidad muestra una tendencia a la baja, según las estimaciones de la ONU. Así, mientras en 1950 la tasa de fertilidad promedio mundial era de cinco nacimientos por mujer, en 2015 se había reducido a la mitad, estimándose que para finales de siglo se situará en torno a dos nacimientos por mujer.
Ambos fenómenos demográficos combinados están motivando un envejecimiento progresivo de la población, con cada vez más personas que alcanzan edades extremas. América Latina no es una excepción.
Estas tendencias impactarán en múltiples ámbitos de la actividad económica y de la organización social, y particularmente sobre los sistemas de pensiones. La relación entre la población que alcanza la edad de jubilación y las personas en edad de trabajar (tasa de dependencia) se ha incrementado de forma generalizada en las últimas décadas y se prevé que mantenga esta tendencia de forma acusada en los próximos años.
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