El BCE, preso del corsé monetarista, ha abdicado, hasta septiembre de 2001, de su obligación moral de luchar simultáneamente contra el paro y la inflación, decantándose por una tesis simplista según la cual el paro sucumbirá automáticamente al remitir la inflación - lo que puede venir de un propio incremento del paro -. De ahí que la estabilidad de los precios sea el único objetivo que se le haya planteado a esta institución tan celosa de preservar su independencia.
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