La mediación en nuestros días emerge como una necesidad social. No es solo una utilidad de desjudicialización de múltiples asuntos que podrían quedar resueltos de otra manera. Es una cuestión de cultura integradora de un cambio en la percepción de los conflictos, las relaciones interpersonales y nosotros mismos. Estamos ante el avance de un cambio que parte de la necesidad de educar para acordar y cooperar más que para competir en luchas donde puede que nadie gane del todo. Para hacer realidad ese cambio, necesitamos del buen hacer de los profesionales dedicados a la mediación. Y este buen hacer no es posible sin unos conocimientos sólidos integradores de diversas disciplinas que trabajan con relaciones humanas, sistemas jurídicos y, sobre todo una depurada técnica de comunicación al servicio del entendimiento positivo. El descubrimiento del funcionamiento de las neuronas espejo está abriendo paso a hacer realidad esa depurada profesionalidad diferencial gracias al fundamento que proporciona a la elección y perfección de nuestras técnicas comunicativas.
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