José María de Areilza Carvajal, Álvaro Imbernón
Estamos ante la coyuntura decisiva para dibujar el medio y el largo plazo de la Unión Europea. La concepción positiva del proyecto europeo entre los españoles reclama un papel más relevante del país en la UE post-Brexit.
A lo largo de 2017 alrededor de la mitad de los ciudadanos de la Unión Europea han sido llamados a las urnas. A pesar del pesimismo acerca del proyecto europeo durante 2016 la tendencia parece estar cambiando. La idea de un Brexit duro pierde fuelle y hay indicios de que en Reino Unido se abre paso un enfoque más transaccional. De momento, el trauma británico ha actuado más como argamasa que como dinamita para la Unión. Según el Eurobarómetro de primavera 2017, la confianza en la UE está aumentando � aunque aún se encuentra en niveles bajos (42%) � y el apoyo al euro entre la opinión pública de la zona euro es el más alto desde 2004 (73%).
La recuperación económica también parece consolidarse. Hoy la zona euro crece al ritmo más alto desde el comienzo de la crisis y supera a Estados Unidos. Pese a que el desempleo se encuentra en niveles altos (alrededor del 9%), el crecimiento es generalizado y menos disperso, incluyendo a Estados miembros que han sufrido con especial virulencia la crisis, como Irlanda, Portugal y España.
Por otra parte, también es reseñable el nuevo entendimiento franco-alemán tras la victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas y de Angela Merkel en las federales de Alemania. Muchas de las ideas europeístas del presidente francés son vistas con recelo en Berlín. A pesar de ello, buena parte del arco político alemán asume que ciertos avances son necesarios. Alemania también necesita (y demanda) bienes públicos europeos. En palabras de Merkel: "Los tiempos en los que nos podíamos fiar completamente de los otros han terminado. Nosotros, los europeos, debemos tomar nuestro destino en nuestras propias manos".
Pasadas las elecciones alemanas se abre una ventana de oportunidad. De octubre de 2017 a marzo de 2019 parece consolidarse como el periodo propicio para pasar de la reflexión a los hechos. Una ventana que debería capitalizar ese repunte del optimismo, que debe finalizar a tiempo de la conclusión de las negociaciones del Brexit y las elecciones europeas en 2019.
"La Europa a varias velocidades tiene el potencial de crear mayores tensiones entre los distintos grupos de Estados en la UE-27" Con la intención de adaptar el diseño institucional de la Unión para afrontar adecuadamente las diversas crisis sufridas durante los últimos años han proliferado impulsos reformistas e iniciativas desde las instituciones. En su discurso sobre el Estado de la Unión, pronunciado el 13 de septiembre, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, sugirió un conjunto ambicioso de medidas para dar solidez a la UE. Propuso fortalecer el euro y el acuerdo de Schengen con más miembros y mejores instituciones, fusionar los puestos de presidente del Consejo Europeo y de la Comisión, tomar decisiones sobre política exterior por mayoría y mejorar la rendición de cuentas de la polis europea, percibida por muchos ciudadanos como demasiado compleja y remota. Advirtió con claridad a polacos y a húngaros, y también a la coalición independentista catalana, que el Estado de Derecho es obligatorio en la UE. Las propuestas de Juncker se alejan del campo de una reforma de tratados pero también de la integración a varias velocidades. Por su parte, Macron ha propuesto una reforma de la Unión en aspectos de seguridad, defensa, migración y, sobre todo, de la propia zona euro, con un ministro de Finanzas, un presupuesto y una asamblea del área monetaria, así como completar la unión bancaria.
En cualquier caso, las diferencias entre los Estados miembros no han desaparecido y se siguen manifestando en forma de brechas que recorren el continente de Norte a Sur y de Este a Oeste; creando varios espacios políticos diferenciados en función de las coordenadas que apliquemos. Las discrepancias Este-Oeste en migración siguen siendo acusadas, mientras que las diferencias Norte-Sur de la zona euro (reglas frente a flexibilidad, austeridad frente a estímulos, responsabilidad frente a solidaridad, solvencia frente a liquidez) siguen vigentes. Además, muchos gobiernos nacionales también consideran complicado a nivel nacional apoyar reformas que supongan saltos adelante en el proceso de integración. Por otra parte, la opción de generalizar la Europa a dos o múltiples velocidades tiene el potencial de afectar de forma negativa al mercado interior y a las políticas comunes, así como crear tensiones aún mayores entre distintos grupos de Estados miembros dentro de la actual UE-27.
La UE desde España La opinión pública española respecto a la UE se ha caracterizado por un "consenso permisivo". El compromiso de España se ha reflejado en el apoyo a los grandes hitos de la integración europea, actuando como un socio fiable. Pero la crisis financiera ha puesto de relieve que la narrativa optimista de normalización y modernización ya está agotada para buena parte de los españoles.
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