Burgos, España
Producida y emitida entre 2004 y 2006, la serie Deadwood, de HBO, alcanzó ribetes míticos y generó irredentos adeptos pendientes de una conclusión definitiva tras el cierre en falso de sus tres temporadas. Quizás la principal razón de su éxito —más allá de las impecables actuaciones de sus villanos— radica en su brutal actualización de uno de los mitos principales de la identidad norteamericana: el salvaje oeste y su mundo de pioneros rebosantes de hipermasculinidad y providencialismo cristiano. Con un sentido dramático muy realista, la serie presenta los conflictos de una comunidad de frontera en la que la ley que se impone es la darwiniana supervivencia del más fuerte —o el más listo—. La cosmovisión nada autocomplaciente de la serie y el cinismo y debilidad moral de casi todos sus personajes resuena con la sociedad post 11-S del espectador, sobrecogida por la fragilidad que ha descubierto en sí misma. Este artículo se centra en el análisis de las relaciones y construcciones identitarias —en sus distintos niveles y roles—, de esta sociedad de frontera, asentada sobre el conflicto, la desigualdad y la explotación más descarnada, en donde no hay lugar para la consabida “inocencia americana” (Fredericks & Bacevich, 2014: n.pag.), y donde la coincidencia de los intereses personales parece ser el pilar vertebrador de la comunidad.
Produced and aired between 2004 and 2006, HBO’s Deadwood was critically acclaimed to mythical proportions, but the show was left unfinished after only three seasons, to the chagrin of its devoted viewers. One of the keys behind its success —beside its villains’ impeccable performances— lies in its brutal updating of one of United States’ major national myths: the wild west and its world of hyper-masculine pioneers aided by Christian providence. With its gritty realism, the series presents the conflicts of a frontier community in which the only law that seems to prevail is the Darwinian’s survival of the fittest—or smartest. Deadwood’s skeptical worldview along with the moral weakness and cynicism of nearly all its characters resounded with the spectator’s post 9-11 society and its newfound fragility. This article analyzes the relations and constructions of identity, in their various roles and levels, that operated in the series’ frontier society, a society built on conflict, inequality and exploitation, where there was no room for the renowned “American innocence” (Fredericks & Bacevich, 2014: n.pag.), and where the coincidence of personal interests seemed to be the community’s only unifying force.
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