Entre dos siglos, Madrid y Barcelona eran un cruce de miradas, con complicidades y distancias.El canario Pérez Galdós, por ejemplo, aunque instalado en Madrid, la consideraba más cerrada que Barcelona, “la ciudad espléndida que ha de ser, dentro de poco, una de las más bellas de este continente”. Alaba la acogida franca de sus gentes, “su frescura risueña y la sonrisa hospitalaria”; incluso la proverbial “racanería” imputada a los catalanes la atribuía a su carácter “morigerado y sobrio”
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