Se suele dar por sentado que el éxito y expansión del Imperio romano se debe tanto a la eficacia y preparación de sus generales, como a las superiores técnicas y tácticas empleadas, en comparación con las de sus vecinos bárbaros. En el caso de que una táctica o modo organizativo no dieran el resultado esperado, los generales aplicarían reformas, modificarían la organización y el equipamiento militar y así podrían restaurar la máxima eficacia. En el siglo II d. C., una de estas adaptaciones dio lugar al nacimiento de contingentes formados por tropas de una misma etnia, armados al estilo de su pueblo de origen.
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