Franz Hinkelammert sostiene que la vida es el criterio fundamental de verdad y racionalidad. Ello supone subordinar la racionalidad instrumental −que guía las acciones directas− a la racionalidad reproductiva −que asegura la reproducción de la vida de todos y todas, incluida la naturaleza−. De este principio se deriva una concepción intersubjetiva del sujeto. Gracias al desarrollo de la racionalidad instrumental, el ser humano (ser corporal, natural y social) es capaz de superar la fragmentariedad de su experiencia personal y crear mundos abstractos (lenguaje, ciencia, instituciones) que le permiten desarrollar su vida. Sin embargo, estas creaciones objetivadas también amenazan y socavan la vida tanto como la promueven. En esta capacidad humana se hace presente su condición paradójica de infinitud atravesada de finitud. Para evitar que el potencial de muerte que encierran las instituciones creadas, objetivadas y autonomizadas (particularmente las dos macro-instituciones: Estado y mercado) termine destruyendo la vida humana y de la naturaleza es necesario poner en marcha una alternativa al capitalismo global, que garantice la primacía de la racionalidad reproductiva sobre la racionalidad instrumental.
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