Desde sus inicios, la conquista del nuevo mundo quedó estampada y legitimada por un añejo debate entre juristas y clérigos en cuanto al reconocimiento del indígena como hombre libre y vasallo del rey. La urdimbre de ello, paso por el rasero político-ideológico del cristianismo sobre el cual se afinco ésta controversia; una sostenida por los valoración universal europea de superioridad étnica y degradación del indio al que califi caron de infi el y bárbaro; la otra centrada en la calidad del indio como libre, racional y sujeto de derecho al igual que él español. De allí que España y Portugal justificasen sus acciones ante el mundo como una cruzada moral sustentadas por las Bulas pontifi cias de Alejandro VI de 1492 para emular las luchas emprendidas por Europa contra los musulmanes. Efectivamente el debate de orden filosóficoteológico lo entablan Juan Giné de Sepúlveda y el insigne defensor del indio, fray Bartolomé de las Casas entre 1550-1551 poco después de la muerte de la reina de ¿Castilla Isabel la católica, quién en el codicilo de 1504 había establecido la calidad del indígena como hombre-persona, tal como estaba escrito en el ius commune romano. Este reconocimiento de los naturales no fue óbice para que a través de la encomienda se encubriera la esclavitud, pues este mecanismo se constituyó en el aspecto medular sobre el cual se produjo el control político del nuevo mundo de sus recursos naturales y población además afirmarse su servidumbre natural.
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