El proceso de industrialización iniciado en la Europa del siglo XVIII, supuso una revolución que cambió las estructuras y la lógica de las sociedades europeas occidentales. En su seno, el papel de mujeres y hombres se vio afectado sobremanera, generando nuevos esquemas sociales y agudizando las desigualdades de género. Además, el surgimiento de la clase burguesa y la obrera marcó también un nuevo periodo de luchas. En este sentido, la lucha obrera se hizo cada vez más fuerte. Sin embargo, las trabajadoras encontraron reticencias para incorporarse a los sindicatos, a pesar de haber participado activamente en el movimiento obrero del siglo XIX. Y es que la consideración de las mujeres como iguales en la lucha obrera se encontraba condicionada por la construcción de éstas como seres naturalmente pertenecientes al hogar.
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