El 24 de febrero de 1525, Francisco I fue apresado en las postrimerías de la batalla de Pavía. Después de batirse con valentía en lugar de huir con deshonor, se rindió a Lannoy, el virrey de Nápoles. Su cautiverio en Italia, y luego en España, se prolongó hasta el 17 de marzo de 1526. A pesar del trance que la prisión suponía para un caballero, el rey no perdió su majestad ni su capacidad política; tampoco fue un juguete en manos de Carlos V. Este aceptó reunirse con el vencido y lo hizo partícipe de las negociaciones de paz. Una vez libre, no obstante, Francisco vulneró los términos del acuerdo, por lo que perdió el honor que había mantenido incólume como prisionero.
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