Desde muy temprano entre las comunidades humanas fue necesario organizar instrumentos que condicionaran y convirtieran a los niños y niñas, aislados del mundo adulto, paulatinamente y por medio de múltiples mecanismos, en sujetos plausibles de “pertenecer” de forma plena a dichas sociedades. Uno de estos dispositivos fue sin lugar a dudas el “cuento”, utilizado como una herramienta de aprendizaje, de estructuración del pensamiento, y sobre todo como mecanismo transmisor de valores que, al reconfigurar la realidad y dotarla de sentido, influyen en los autoconceptos y prejuicios. En primera medida, el cuento funcionó como limitador: el qué “no” hacer, lo prohibido: los cuentos atemorizaban a niños y niñas para evitar determinados eventos. Desde la hiperglobalización y el mundo de mercado el cuento es pensado como promotor: el que “debo” ser, condicionando los modelos a los que niños y niñas deben aspirar, pero sobre todo a consumir. En contrapartida, la colección “Anti- princesas-antihéroes- ofrece otra mirada, permite pensar el que “puedo” ser. Esta visión propedéutica de las “antiprincesas” y “antihéroes” son un canal de resignifi- cación, un puente entre el mundo y lenguaje de los adultos/as y el de los niños/as.
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