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Resumen de Volver a pensar, con otras, en lo que hacemos

Diana Sartori

  • Han pasado ya diez años desde que empecé a participar en el máster en Estudios de la Diferencia Sexual de Duoda (Universidad de Barcelona) con una asignatura online para la que elegí como título una frase de Hannah Arendt: Pensar en lo que hacemos. Sabía que iba a ser una aventura, el comienzo de un viaje que me entusiasmaba. No sabía todavía hasta qué punto iba a ser un auténtico viaje de formación, ni lo profético que resultaría ese título. Como aceptar una misión casi imposible, aunque practicable, con una meta que se desplazaría siempre según yo avanzara, moviéndose hacia adelante y también atrás y también de lado en sentidos imprevistos. Tenía un programa de viaje, sí, un itinerario que yo misma me había dado, que figuraba que recorrería etapas que creía que ya conocía por haberlas marcado y conquistado ya en viajes anteriores junto a otras, en otras aventuras. Pero la compañía iba a estar hecha en otras mujeres, desconocidas, lejanas, incluso lejanísimas, que sin embargo incluso desde esas distancias me alegirían como guía, con quién sabe qué deseos y metas, pero con confianza. Tendría que guiar a compañeras de viaje a la vez confiadas y exigentes, distantes y extrañas y al mismo tiempo tal vez cercanísimas e íntimas.

    ¡Debería haber sabido que me iban a hacer viajar, desplazar, dislocar, desviar y arriesgar más de lo que yo podría prever y programar! ¿Es que alguna vez en mi experiencia con otras mujeres en el feminismo había podido dar por supuesto un programa de viaje? Pero, en esta ocasión, habría conducido yo; los textos que proponía habían sido escritos por mí, eran pasos de mi itinerario ya compartido, esos que había conseguido marcar paso a paso en el pensar en lo que había hecho con otras de Diótima. Cierto, pero hasta qué punto he sido también guiada en otro viaje, que sin embargo era también el mismo, el mío, ya no solo el mío, y ahora no más el mío. Más bien “además” el mío.

    La raíz etimológica de “máster” remite al ser magister y a su vez el término lleva dentro un magis que señala un “más”. El sentido dominante de “máster” es el de entenderlo como ser un “jefe”, un superior, el que tiene el control y un poder, es una autoridad entendida de este modo.Pero el sentido de este “más” he aprendido que es distinto en el ser magistra en esta experiencia. Es algo vinculado con el saber atenerse a ese indomable “más” que trae el viaje más allá y a otro lugar, y empuja hacia adelante y hacia atrás y por mapas no señalizados, y de un modo distinto por los recorridos ya marcados. Se guía y también se valora, hay un “más” reconocido desde el comienzo y una disposición asimétrica, pero hay también una exposición a una relación en la que la autoridad no está establecida ni es poseída, sino que se juega en una recíproca asimetría invertida que pone a prueba el saber ser “volver” sobre mi escritura, el “volver” del pensamiento sobre lo que hacemos, la revolución a la que llama el “volver” mismo y el volverse a otras que es también un de-volverse a sí mismas, y al sentido de lo que hemos hecho y pensado. Es la chispa de revuelta que enciende ese movimiento de revolución de sí y del mundo que es el corazón del feminismo. Una capacidad de “volver” que es también la raíz de una autoridad distinta del ser “máster”, amo, autoras soberanas, sino más bien dispuestas a acoger, y asumir ese ser remitidas a un “más” que lo que somos o creemos ser, “más” de lo que la realidad misma es y ha sido pensado que es. No algo que está en nuestro poder, una posesión, sino más bien una maestría, sometida siempre a la prueba de su práctica en la medida de la relación con el movimiento de la realidad en el mundo, con otras.


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