Más de un mes después de la sonora “hostia” de las primarias –en palabras textuales–, el susanismo se diluye a marchas forzadas. En medio de soterrados reproches y un generalizado “sálvese quien pueda”, los barones, cada uno por su cuenta, intentan mantener sus menguadas cuotas de poder, mientras apuntan con dedo acusador a la que es, para ellos, la gran responsable del renacer de Sánchez: Susana Díaz. Ella, por su parte, el orgullo herido de muerte, la imagen malograda y refugiada en su feudo, tampoco quiere saber ya nada del movimiento que lideró. Tan sólo sobrevivir al tsunami sanchista y esperar, hasta que aguante el cuerpo, a que su enemigo vuelva a cometer un error.
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