A principios del siglo XVI, cuando el modelo de virtud caballeresca entraba en decadencia, Carlos III de Borbón se erigió como el paradigma de caballero cristiano: de alto linaje, brillante general, con virtudes heroicas en todas las circunstancias, excedió todas las expectativas y murió en combate. Al servicio de los reyes de Francia primero, y de Carlos V después –para quien luchó contra su antiguo monarca en la batalla de Pavía–, la fuerza que lo movió fue, en todo momento, una defensa sin concesiones de los intereses de su casa nobiliaria, de su honor y de sus ideales políticos y religiosos.
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