Canadá necesita una política coherente y sostenida hacia América Latina. Sin fronteras compartidas ni vínculos lingüísticos o históricos, los canadienses deben ofrecer soluciones útiles y alternativas a las de Estados Unidos o caerá en la irrelevancia en la región.
El 8 de noviembre de 2016, el contexto de la política exterior canadiense, como el de muchos países occidentales, cambió radicalmente. La elección de Donald Trump encarriló a Estados Unidos por una senda que parece diferir de la seguida desde la Segunda Guerra mundial. La Pax Americana, el contexto geopolítico en el que se ha basado la política exterior en gran parte de América, Europa y Asia durante décadas, puede desaparecer de repente. Aunque se desconoce el alcance real de este realineamiento, los países que han basado su política exterior en la participación constructiva en el sistema de alianzas estadounidense empiezan a plantearse estrategias nuevas y diferentes.
Cuando Justin Trudeau fue elegido primer ministro, en octubre de 2015, se propuso que Canadá volviese al mundo de forma activa. Había mantenido amistad estrecha con Barack Obama; se consideraban mutuamente líderes progresistas que intentaban aceptar los desafíos del mundo. Canadá tuvo un papel significativo en la materialización del Acuerdo de París sobre el clima y en la conclusión del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Trudeau mantuvo contactos con muchos países, entre ellos los latinoamericanos, y aumentó la participación de Canadá en las instituciones internacionales.
Y entonces llegó Trump ...
Aunque Trudeau rechaza rotundamente el calificativo, muchos medios de comunicación lo definen como el "anti-Trump". El primer ministro canadiense es un declarado feminista que acepta el libre comercio y a los refugiados sirios. The Economist reflejó este espíritu en un artículo titulado "La libertad se muda al norte".
En América, gran parte de la atención reciente de Canadá se ha centrado en México. Después de meses agitados tras la elección de Trump, Canadá y México empezaron a coordinarse para la inminente renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta, por sus siglas en inglés). Este tratado es fundamental para la salud de las economías canadiense y mexicana, y también de la estadounidense. Trudeau mantenía una buena relación con el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto. El canadiense prometió durante la campaña electoral de 2015 suprimir el visado para los ciudadanos mexicanos que viajasen a Canadá, en vigor desde 2009. En junio de 2016, Trudeau y Peña Nieto anunciaron un acuerdo sobre los visados, eliminando el principal obstáculo para una relación bilateral constructiva. Ahora, la renegociación del Nafta empuja a México y Canadá a estrechar su amistad más que nunca. No obstante, ante el replanteamiento por parte de EEUU de su compromiso con el resto de América, surgen nuevas oportunidades para que Canadá refuerce su política en todo el continente.
Los altibajos de la política de Canadá hacia Latinoamérica a lo largo de las décadas parecen indicar que si el país no realiza un esfuerzo coherente y ofrece soluciones útiles, al tiempo que persigue su interés nacional, caerá en la irrelevancia en la región. EEUU, Brasil y México pueden cumplir sus compromisos con poco esfuerzo y sin que su influencia disminuya significativamente. Canadá, sin fronteras compartidas, ni vínculos lingüísticos o una historia interconectada, no puede permitirse ese lujo.
Una ventaja de Canadá en Latinoamérica son sus estrechas relaciones comerciales. Algunas empresas como Scotiabank consideran que la región, en particular los países de la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú), son los principales impulsores de su futuro crecimiento. Otras compañías están explorando oportunidades. CIBC, por ejemplo, abrió una oficina de representación en Colombia, la primera en Latinoamérica. Brookfield lleva 100 años en Brasil e invierte en toda la región. Bombardier fabrica componentes de aviones en México, país que recibe unos dos millones de viajeros canadienses al año. Y hay empresas mineras canadienses, grandes y pequeñas, activas en toda Latinoamérica. En total, las empresas canadienses tenían en 2013 activos de inversión directa por valor de más de 55.000 millones de dólares en la región. Aunque la presencia en estos países de empresas domiciliadas en Canadá ayuda mucho a la "marca Canadá" y genera enormes beneficios tanto para los latinoamericanos como para los canadienses, el apoyo a la política exterior no es prioridad para las empresas que operan en Latinoamérica. Es decir, los negocios canadienses son un activo fundamental pero no un sustituto de un compromiso político sólido de Canadá con la región.
Cómo hemos llegado aquí Durante el siglo posterior al nacimiento del país, en 1867, Canadá estuvo prácticamente desconectado de Latinoamérica. Los principales Estados latinoamericanos invitaron a Canadá a formar parte de la Unión Panamericana después de su creación, en 1910. Debido a la oposición activa de EEUU a través de la Doctrina Monroe y a los limitados intereses económicos, nunca hubo un acercamiento. Tras la Segunda Guerra mundial, Canadá rehusó incorporarse a la Organización de Estados Americanos (OEA), la sucesora de la Unión Panamericana, porque temía que estuviese dominada por EEUU.
La llegada del primer ministro Pierre Trudeau, en 1968, supuso un importante cambio. Trudeau, que hablaba español con fluidez, trató de establecer relaciones por toda la región. Canadá se incorporó al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 1972, y puso en marcha políticas hacia Cuba y Centroamérica contrarias a las posiciones estadounidenses consolidadas. El gobierno de Martin Brian Mulroney amplió la estrategia de Trudeau padre y, entre otras cosas, contribuyó a establecer la paz en Centroamérica. Canadá se incorporó a la OEA en 1990 ...
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