Los procesos de formación pedagógica implican el reconocimiento de principios éticos, una apuesta política, una puesta en escena estética y un proceso cognitivo, donde se pone de manifiesto la responsabilidad nuestra como maestros(as), directivos(as) y rectores(as) en los diálogos y en el compromiso con un “otro” que es radicalmente diferente. Por ello, todo proceso formativo implica una relación de alteridad y responsabilidad, una relación con el otro donde el extraño se convierte en cómplice.
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