Este artículo aborda el papel de las narraciones en la deliberación pública. Se diferenciará entre una concepción débil y otra fuerte de las mismas. La primera ve el contar historias como un recurso retórico entre otros muchos con el que los actores sociales crean sentido y se comunican, mientras que la segunda concibe las narraciones como necesarias para la comunicación y el debate sobre temas tales como la experiencia del tiempo, las identidades colectivas o la validez moral y ética de los valores. El corolario de esta idea es que las narraciones deben ser elementos esenciales de todo ideal de deliberación. En contra de las posturas recientes de un buen número de teóricos deliberativos, quienes tienden a adoptar una concepción débil de las narraciones, se argumentará la idoneidad de asumir una concepción fuerte de las mismas. La principal tesis de este trabajo es, por tanto, que las narraciones no solo tienen un papel legítimo en la deliberación, sino que resultan indispensables para formular determinados argumentos en primera instancia; por ejemplo, aquéllos que beben de la experiencia histórica. La idea de que las historias son constitutivas de determinados argumentos, en el sentido de que sin las mismas éstos no podrían ser formulados, se ilustrará poniendo de relieve el propio sustrato narrativo de la teoría deliberativa. Finalmente, se despejarán ciertas posibles objeciones a la concepción fuerte de las narraciones.
This paper deals with the place of narrative, that is, storytelling, in public deliberation. A distinction is made between weak and strong conceptions of narrative. According to the weak one, storytelling is but one rhetorical device among others with which social actors produce and convey meaning. In contrast, the strong conception holds that narrative is necessary to communicate, and argue, about topics such as the human experience of time, collective identities and the moral and ethical validity of values. The upshot of this idea is that storytelling should be a necessary component of any ideal of public deliberation. Contrary to recent work by deliberative theorists, who tend to adopt the weak conception of narrative, the author argues for embracing the strong one. The main contention of this article is that stories not only have a legitimate place in deliberation, but are even necessary to formulate certain arguments in the first place;
for instance, arguments drawing on historical experience. This claim, namely that narrative is constitutive of certain arguments, in the sense that, without it, said reasons cannot be articulated, is illustrated by deliberative theory’s own narrative underpinnings. Finally, certain possible objections against the strong conception of narrative are dispelled.
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