Una escalera de piedra por la que se asciende al monte Canigó. Pero la escalera no llega a la cima, tiene un fin: el resto de la montaña, hasta la cumbre, está cubierta de árboles verdes. La escalera desaparece en medio de la vegetación. Al final, en la hendidura de la montaña, hay una cueva, toda ella recubierta de cera de abejas. Esta intervención en el paisaje natural realizada por el artista alemán Wolfgang Laib y que lleva por título Chambre de cire pour la montagne (2000), expresa muy bien la idea del viaje iniciático. La piedra, el verdor del paisaje y la cera parecen convertirse aquí en tres materiales simbólicos que tienen una clara procedencia sufí. La asociación no es baladí: en el texto del catálogo aparece una cita del más grande de los poetas místicos persas, Ğalāl al-Dīn Rūmī, al que el artista admira y dedicó una de sus obras. El tema de la escala es recurrente en la obra de Laib. El artista ha confesado en numerosas ocasiones el sentido metafísico, espiritual, que envuelve su pensamiento y su obra. Así pues, la escala no es para él una mera construcción arquitectónica, sino un símbolo del viaje iniciático, del ascenso, de la progresión interior. Al igual que otros artistas contemporáneos como Constantin Brancusi o Anselm Kiefer, la escalera es una scala perfectionis, un medio por el que se asciende en el itinerarium in Deum.
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