Reino Unido
El término metacultura hace referencia a una moderna formación discursiva en la que la «cultura», independientemente de cómo se entienda, habla de su propia generalidad y sus condiciones históricas de existencia. Su impulso estratégico inherente es movilizar la «cultura» como principio contra la imperante generalidad de la «política» en el disputado plano de la autoridad social. Lo que habla en el discurso metacultural es el principio cultural en sí, en un intento de disolver lo político como ámbito de arbitraje general en las relaciones sociales. La Kulturkritik y los estudios culturales, que contrastan generalmente en su filiación social pero comparten este modelo discursivo, han sido versiones firmes de esta voluntad metacultural de autoridad. Para la izquierda, dicha lógica es o bien enemiga o bien contraproducente. La alternativa comienza por el reconocimiento teórico de que las prácticas culturales y políticas son estructuralmente distintas y producen normas de juicio mutuamente irreductibles. La discrepancia es el término necesario de su relación, y no un signo de obstrucción sino una condición para la posibilidad práctica.
Las tesis básicas de Culture/Metaculture han provocado críticas (v. gr. el despliegue poco ortodoxo que yo hago de la categoría germánica de Kulturkritik) basadas en fundamentos tanto históricos como teóricos y también diversos malentendidos. La polí- tica cultural no es una posición, ni siquiera un conjunto de prácticas demarcado; es un campo de fuerzas del que resulta imposible huir y cuyo dinamismo está constantemente renovado por la carencia de identidad de sus términos constitutivos; es la discrepancia y sus efectos. Estructurada por la discrepancia, la política cultural es un espacio de frustración pero también, y en la misma medida, de creatividad.
The term “meta-culture” refers to a modern discursive form in which “culture”, independently from how it is understood, speaks of its own generalities and of its own historical conditions of existence. Its strategical impulse is to mobilize “culture” as a principle against the dominant political “generality” in the disputed level of social authority. What speaks in the meta-cultural discourse is the cultural principle in itself, in an intent to dissolve the political realm as a general arbitration field in social relationships. The Kulturkritik and cultural studies, which are generally antagonist in their social filiation but which share this discursive model, have been strong versions of this meta-cultural will of authority. For the left-wing, the mentioned logic is considered an enemy or either contra-productive. The alternative begins with the theoretical acknowledgment of cultural and social practices as diverse structures and of the fact that they imply modes of judgement mutually irreducible. Discrepancy is the necessary term of their relationship, and not a sign of an obstruction but a condition for the practical possibility. The basic thesis of Culture/Meta-Culture have produced critiques (v. gr. the hardly orthodox deployment that I do of the German category of Kulturkritik) based on as historical as theoretical fundaments and also on some misunderstandings. Cultural policy is not a position, not even a delineated ensemble of practices; it is a field of forces from which it is impossible to escape and which dynamism is constantly renovated by the lack of identity in its constitutive terms; in its discrepancy and its effects. Structured by discrepancy, the cultural policy is a space of frustration but also, and in the same measure, of creativity.
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