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El edificio Torremar de Antonio Lamela en Palma. Entre la estandarización y la plasticidad.

  • Autores: María Sebastián Sebastián
  • Localización: Pioneros de la Arquitectura Moderna Española: Análisis Crítico de una obra / coord. por Teresa Couceiro Núñez, 2016, ISBN 978-84-608-7409-6, págs. 796-806
  • Idioma: español
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  • Resumen
    • El edificio Torremar fue proyectado por Antonio Lamela en 1962 en el extremo suroeste del por entonces recién inaugurado Paseo Marítimo de Palma, una vía creada sobre terrenos ganados al mar que rápidamente se transformaría en símbolo de la principal actividad económica de Mallorca de la segunda mitad del siglo XX, el turismo.

      Las diferentes piezas del programa, apartamentos y locales comerciales, están condicionadas por dos requisitos habituales en las tipologías turísticas del litoral: la obtención de las mejores vistas sobre el mar desde cada vivienda y el máximo rendimiento de la superficie disponible. A estos condicionantes se suma la dificultad de un emplazamiento en un solar con frente a tres calles y fuerte desnivel.

      Con estos ingredientes, se trabaja a partir de la reflexión sobre los diferentes flujos de circulación y formas de utilización de los espacios, ya sean públicos o privados. El resultado es la expansión del edificio en las tres dimensiones del solar utilizando dos estrategias distintas. Por un lado, un crecimiento compacto en altura formado por un cuerpo bajo parcialmente soterrado y un volumen superior elevado sobre pilares.

      Por el otro, una zona más dispersa estructurada alrededor de un vacío para la piscina y los servicios comunes.

      Lamela ensaya composiciones semejantes en otros edificios coetáneos del paseo Marítimo de Palma, pero sin desarrollar una distribución tan elaborada ni con tanto protagonismo de los espacios al aire libre.

      En el edificio Torremar la ordenación interna de cada una de las partes está guiada por el establecimiento de un módulo mínimo que se repite ya sea de manera individual o combinado en grupos de dos para formar los diferentes apartamentos. La forma pentagonal de esta célula mínima responde a la necesidad de obtener vistas al mar pero también a la voluntad de huir del prototípico bloque de fachadas planas y anodinas. Es por ello por lo que en el cuerpo en altura dos lados de cada módulo se proyectan hacia el exterior y a ellos se adosan terrazas en voladizo. Se genera así una fachada potente que combina la estandarización de un edificio plurifamiliar con la capacidad para crear una arquitectura singular.

      Para valorar y comprender completamente la obra, que puede resultar controvertida debido a su emplazamiento costero, resulta imprescindible situarla en su contexto histórico, urbano y legislativo. El optimismo frente a las previsiones de pujanza en materia turística de la década de 1960 posibilitó una construcción en altura en primera línea de mar que colonizó muchos de los frentes marítimos del Mediterráneo. Así, frente a la homogeneidad que establecían las tendencias y las modas de la época, el edificio Torremar destila una lección de construcción que, sin dejar de estar adaptada a su tiempo, cuestiona las formas comerciales en boga y busca otras vías que aportan al proyecto un carácter propio y atemporal.


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