Tras la victoria llegó el momento de repartir los restos del derrotado Imperio otomano, un pastel en el que había demasiados comensales con intereses contrapuestos. Los árabes habían esperado que se les reconociera el derecho a fundar un Estado propio que se extendiera desde el sur de Arabia hasta el norte de Siria, pero británicos y franceses ya se habían repartido sus esferas de influencia sobre un mapa en el que estos debían quedar divididos bajo diversas tutelas y con diversos grados de autonomía, dependiendo de la buena disposición de las potencias que iban a controlar la región. Por mucho que Faisal trató de evitarlo personándose y hablando en nombre de su familia y de su gente en la conferencia de paz de París, los resultados no fueron los esperados y el escaso apoyo estadounidense no duró. Primero fueron derrotados en Siria por los franceses, aunque después una revuelta en Irak y la amenaza de una guerra convirtieron a Faisal y Abdalá en reyes. Sus estrellas ascendían mientras las de su padre y el primogénito de este declinaban a manos de los saudíes.
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